jueves, 21 de enero de 2010

Terremoto en Haití


La decisión fue repentina, cosas así no hay tiempo de pensarlas. Al otro lado de la frontera Haití se hundía en su más absoluta miseria. No contaba en ese momento con medios, ni siquiera con la estructura necesaria para el desplazamiento hacia Puerto Príncipe, solo podía unirme a alguno de los grupos que salían desde acá. Después de llamar a muchas instituciones, ONGs y embajadas, la solución la encontré en la Cámara de Comercio Dominico Haitiana. A través de ellos podría conseguir traslado y me sugirieron crear una brigada de médicos. Solo contaba con 8 horas para preparar todo el equipo. Saldríamos a las 9 AM desde la Defensa Civil.
No era sencillo convencer a cualquier persona para sumarse al grupo, las condiciones en la región y la premura de la convocatoria no me ayudaban. No obstante pude reunir a dos médicos más: Ernesto García, cubano e Ingrid Camargo colombiana, como paramédico nos asistiría Mauricio Torres el esposo de Ingrid y colombiano también. Iríamos por vía terrestre hasta la frontera dominico-haitiana en convoy con unos 20 bomberos dominicanos, Aldeas infantiles SOS y un grupo de rescatistas españoles (Los Topos) y quedaba a nuestra custodia el traslado de dos camiones y un furgón repletos de ayuda humanitaria recogida gracias a las donaciones hechas por dominicanos.
Salimos finalmente a las dos de la tarde y al llegar a la fortaleza militar de Jimaní nos encontramos los primeros anuncios del caos imperante en la región. La Minustah no ofrecía protección, y los asaltos a los convoys ya eran la regla. El responsable de el grupo de rescatistas españoles me comunica que habían matado ese día a tres cooperantes y que ellos decidieron no pasar con todo el equipo, solamente irían los más entrenados. Tenía que tomar la decisión correcta, no solo por mí que soy madre y dejaba en casa a mi hija esperando mi regreso, sino porque era la responsable del grupo que me acompañaba. No voy a negar que por largos minutos titubee, pero el apoyo que recibimos de Rafael Hernández un haitiano-canadiense y su expresión de máxima angustia fue el detonador para seguir adelante. Esa noche dormimos en el suelo de un hotel en Jimaní, esperando la apertura del puesto fronterizo.
Finalmente salimos pero en grupo reducido, los médicos, algunos bomberos y los camiones. Nuestro zona de trabajo era la comunidad Saint Marie en Canape Vert donde nos esperaban miles de damnificados que solo contaban con la ayuda de una enfermera y algo de medicinas. En el camino pudimos comprobar que Puerto Principe había sido reducido a escombros y que las pocas edificaciones que quedaban en pie estaban maltrechas e infinitamente inseguras. Cientos y cientos de personas se congregaban el los espacios abiertos por el temor a las réplicas que aún continuaban y tratando igualmente de separase del hedor de los cuerpos en descomposición, deseo este último prácticamente imposible.
Llegamos extenuados después de un viaje tan accidentado y de inmediato improvisamos un área de cuidados médicos. No puedo recordar a cuantas personas asistimos, tanto niños como ancianos. Las heridas abiertas, la infección esperada luego de tres días de no haber recibido atención. El hambre, la desesperación de la gente por no poder rescatar los cuerpos de sus muertos, la escasez de agua y la vida que se paralizó totalmente en un país que de por sí ya estaba parcialmente paralizado, era el panorama reinante. No existía labores de rescate y las tropas norteamericanas concentraban sus efectivos en la custodia del aeropuerto (el cual decidieron manejar a su antojo) y en su propia embajada. Muchos de los cooperantes internacionales decidieron retirarse por la falta de garantías para su seguridad.
Brindamos todo nuestro esfuerzo, en la medida en que pudimos, pero dejamos atrás un país desolado y con muy pocas posibilidades de recuperación. A cambio nos llevamos miles de sonrisas y un insistente Merci, Merci, Merci.