El uno:
Hace unos días Fidel Castro arremetió como siempre contra quién no puede responderle en su cara. La supuesta fuga de cerebros, ese tema tan manido, llevado y traído por países incapaces de mantener una sociedad coherente y que por encima de todo se creen dueños de conciencias y ciencias. Yo no estudié medicina de gratis, NO.
Desde los once años empuñé una guataca para limpiar los surcos sembrados de fresas, que por demás no podía comer. Con mis manos de niña limpié un campo privado (pertenecía a la familia Regalado de San Antonio de los Baños) donde se cosechaba la hierba buena de los mojitos, que se vendían en los hoteles a los que yo no podía entrar.
Siendo adolescente seguí trabajando lo que ellos llaman media jornada agrícola de lunes a viernes. No hay campesino en el mundo que trabaje con el sol de las 11 de la mañana, yo lo hacía hasta las doce, o de dos a cinco de la tarde. Pude estudiar Medicina porque tenía un promedio envidiable, pero ahí una vez más trabajé para pagar cada una de las asignaturas que recibía “gratuitamente”. Todos los estudiantes de medicina son los que pueblan las salas de internamiento, los cuerpos de guardia, realizan labores de enfermera instrumentista en los quirófanos.
Peor aún como médico hice guardia de 24 horas cada quinto o sexto día y esas no me las pagaban aunque ya era profesional. Esta historia no es solo mía, es de todos nosotros, los que nos hartamos y nos fuimos y de los otros que aún quedan en la isla. Nadie me pagó por mi cerebro nadie me lo robó, de hecho hace siete años que no he vuelto a tomar un bisturí en mi mano, pero vivo con mi conciencia tranquila. Fue solo la maquinaría siniestra del gobierno cubano quién nos robó la vida, la inocencia de la niñez haciéndonos trabajar, trabajando sin recibir pago por nuestras horas de vida que no se podrán recuperar, amparados hipócritamente, como siempre, en las palabras de José Martí, tomadas al vuelo.
El dos:
Hace unos días Fidel Castro arremetió como siempre contra quién no puede responderle en su cara. La supuesta fuga de cerebros, ese tema tan manido, llevado y traído por países incapaces de mantener una sociedad coherente y que por encima de todo se creen dueños de conciencias y ciencias. Yo no estudié medicina de gratis, NO.
Desde los once años empuñé una guataca para limpiar los surcos sembrados de fresas, que por demás no podía comer. Con mis manos de niña limpié un campo privado (pertenecía a la familia Regalado de San Antonio de los Baños) donde se cosechaba la hierba buena de los mojitos, que se vendían en los hoteles a los que yo no podía entrar.
Siendo adolescente seguí trabajando lo que ellos llaman media jornada agrícola de lunes a viernes. No hay campesino en el mundo que trabaje con el sol de las 11 de la mañana, yo lo hacía hasta las doce, o de dos a cinco de la tarde. Pude estudiar Medicina porque tenía un promedio envidiable, pero ahí una vez más trabajé para pagar cada una de las asignaturas que recibía “gratuitamente”. Todos los estudiantes de medicina son los que pueblan las salas de internamiento, los cuerpos de guardia, realizan labores de enfermera instrumentista en los quirófanos.
Peor aún como médico hice guardia de 24 horas cada quinto o sexto día y esas no me las pagaban aunque ya era profesional. Esta historia no es solo mía, es de todos nosotros, los que nos hartamos y nos fuimos y de los otros que aún quedan en la isla. Nadie me pagó por mi cerebro nadie me lo robó, de hecho hace siete años que no he vuelto a tomar un bisturí en mi mano, pero vivo con mi conciencia tranquila. Fue solo la maquinaría siniestra del gobierno cubano quién nos robó la vida, la inocencia de la niñez haciéndonos trabajar, trabajando sin recibir pago por nuestras horas de vida que no se podrán recuperar, amparados hipócritamente, como siempre, en las palabras de José Martí, tomadas al vuelo.
El dos:
Hace muchos años he dicho, comentado, suplicado que le entreguen al hombre común, a los médicos, a los ingenieros, a los técnicos medios de cualquier rama productiva de la sociedad, el derecho de ser los voceros de nuestra realidad. Los intelectuales, tienen demasiados compromisos, demasiadas necesidades de bebidas no nacionales, de contar más al regreso que a la ida. Me niego una y mil veces a aceptar que mientras vejan a mis coterráneos, sean intelectuales los que nos representen (me refiero en particular y con más énfasis a los de adentro), para colmo intelectuales tan peculiares que incluso han firmado penas de muerte. No sé, pero no era tan difícil tener un poquito de luz larga.
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