Se llama Giselle Silvia, dice que nació en Puerto Príncipe "un sábado". Tiene doce años y apenas habla español. Cada día en la mañana se desplaza con su mamá desde la periferia de la ciudad de Santo Domingo hasta el centro para colocar su mercancía (caramelos, cigarrillos, chiclets, galletitas) en una esquina muy transitada.
Comienza a trabajar a las 7:00am hasta las 6:00pm. Hace unos días la veo sola, cargando con su enorme caja, siempre sonriendo. Su abuelo falleció y su madre tuvo que viajar. De ella cuida su primo que vende tarjetas telefónicas en la esquina más cercana.
No sé que hace Giselle para almorzar, no sé si contendrá el deseo de comerse las chucherías que vende. Pero tiene un hambre mayor, un hambre insaciable y es de conocimiento. Giselle no sabe leer ni escribir, pero ya trabaja. El dinero que reúne de sus ventas no alcanza para pagarse los documentos de identidad, tanto menos para estudios. Su caso no es aislado, es el de miles de niños inmigrantes, desplazados, no solo de su tierra natal sino desplazados de sus derechos infantiles.
Después de la de mi hija, la sonrisa de Giselle es la que más encanto me ha provocado.
Está convencida que está madame la va a ayudar, al menos a leer y escribir, eso lo dice feliz, siempre sonriendo. Quiero hacerlo, mi hija también quiere hacerlo y así pasar al menos por esa esquina, nosotras también, siempre sonriendo
Comienza a trabajar a las 7:00am hasta las 6:00pm. Hace unos días la veo sola, cargando con su enorme caja, siempre sonriendo. Su abuelo falleció y su madre tuvo que viajar. De ella cuida su primo que vende tarjetas telefónicas en la esquina más cercana.
No sé que hace Giselle para almorzar, no sé si contendrá el deseo de comerse las chucherías que vende. Pero tiene un hambre mayor, un hambre insaciable y es de conocimiento. Giselle no sabe leer ni escribir, pero ya trabaja. El dinero que reúne de sus ventas no alcanza para pagarse los documentos de identidad, tanto menos para estudios. Su caso no es aislado, es el de miles de niños inmigrantes, desplazados, no solo de su tierra natal sino desplazados de sus derechos infantiles.
Después de la de mi hija, la sonrisa de Giselle es la que más encanto me ha provocado.
Está convencida que está madame la va a ayudar, al menos a leer y escribir, eso lo dice feliz, siempre sonriendo. Quiero hacerlo, mi hija también quiere hacerlo y así pasar al menos por esa esquina, nosotras también, siempre sonriendo
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