De pronto recibes un email desde Miami, Montevideo, Sydney, Cataluña o desde cualquier insospechado lugar donde habite alguien que conoces y de quién hace mucho tiempo perdiste el rastro. A veces no es precisamente que lo recibas, también puede ser que lo provoques. El tener el coraje de colgar algo en la web te hace vulnerable a visitas inesperadas, sean deseadas o no.
También existe otra vía de “reencuentro” aunque la palabra suene a mucho cuando lo que significa en esta dimensión sea poca cosa. En las revistas, los periódicos tanto impresos como digitales los columnistas agregan sus direcciones electrónicas y esto invita al lector a entrometerse en su espacio tal vez privado.
Lo cierto es que a quienes nos ha sucedido esto nos hemos llevado sorpresas y sustos. Lo bueno es que sabemos que persistimos en la memoria de alguien, aunque en el subconsciente del amigo estemos dormidos, encogidos, la sola aparición de una referencia nos revive.
Lo malo, no vemos al interlocutor, tal vez nunca más nos encontremos, no nos podremos abrazar, tomar un café, bailar o dormir físicamente cerca. Tampoco veremos sus caras al recibir la sorpresa. ¿Será de placer, de orgullo, de terror o de hastío? Algunos prefieren despedirse de la primera intromisión con un no me importa si no me devuelves este email, otros no responden de inmediato para que no les descubran en la alegría y parecer fríos y distantes.
Lo cierto es que siempre será un placer “reencontrar” gente de este modo, las queramos o no, al fin ellos no sabrán como los recibimos de primera intención.
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