viernes, 19 de julio de 2013

Llegando peligrosamente....


El sencillo beso en la mejilla que me deja Juanjo al irse a trabajar. El mismo beso que le doy a mi hija acurrucada en su habitación profundamente oscura. House me despide en la puerta. Yo con sandalias de Panama Jack (precio medio) falda de Decathlon, camiseta sin marca con  inscripción que dice All you need is love. Siete y treinta AM, mi bicicleta con cesta frontal, mi pelo de varios colores por las canas, el fresco de la mañana y en los audífonos Jonh Denver. Llegar al trabajo...sin trajes, sin tacones, sin coche caro, sin peinado de peluquería...sin muchas preocupaciones. Definitivamente me estoy acercando peligrosamente a mi idea de felicidad.

jueves, 21 de enero de 2010

Terremoto en Haití


La decisión fue repentina, cosas así no hay tiempo de pensarlas. Al otro lado de la frontera Haití se hundía en su más absoluta miseria. No contaba en ese momento con medios, ni siquiera con la estructura necesaria para el desplazamiento hacia Puerto Príncipe, solo podía unirme a alguno de los grupos que salían desde acá. Después de llamar a muchas instituciones, ONGs y embajadas, la solución la encontré en la Cámara de Comercio Dominico Haitiana. A través de ellos podría conseguir traslado y me sugirieron crear una brigada de médicos. Solo contaba con 8 horas para preparar todo el equipo. Saldríamos a las 9 AM desde la Defensa Civil.
No era sencillo convencer a cualquier persona para sumarse al grupo, las condiciones en la región y la premura de la convocatoria no me ayudaban. No obstante pude reunir a dos médicos más: Ernesto García, cubano e Ingrid Camargo colombiana, como paramédico nos asistiría Mauricio Torres el esposo de Ingrid y colombiano también. Iríamos por vía terrestre hasta la frontera dominico-haitiana en convoy con unos 20 bomberos dominicanos, Aldeas infantiles SOS y un grupo de rescatistas españoles (Los Topos) y quedaba a nuestra custodia el traslado de dos camiones y un furgón repletos de ayuda humanitaria recogida gracias a las donaciones hechas por dominicanos.
Salimos finalmente a las dos de la tarde y al llegar a la fortaleza militar de Jimaní nos encontramos los primeros anuncios del caos imperante en la región. La Minustah no ofrecía protección, y los asaltos a los convoys ya eran la regla. El responsable de el grupo de rescatistas españoles me comunica que habían matado ese día a tres cooperantes y que ellos decidieron no pasar con todo el equipo, solamente irían los más entrenados. Tenía que tomar la decisión correcta, no solo por mí que soy madre y dejaba en casa a mi hija esperando mi regreso, sino porque era la responsable del grupo que me acompañaba. No voy a negar que por largos minutos titubee, pero el apoyo que recibimos de Rafael Hernández un haitiano-canadiense y su expresión de máxima angustia fue el detonador para seguir adelante. Esa noche dormimos en el suelo de un hotel en Jimaní, esperando la apertura del puesto fronterizo.
Finalmente salimos pero en grupo reducido, los médicos, algunos bomberos y los camiones. Nuestro zona de trabajo era la comunidad Saint Marie en Canape Vert donde nos esperaban miles de damnificados que solo contaban con la ayuda de una enfermera y algo de medicinas. En el camino pudimos comprobar que Puerto Principe había sido reducido a escombros y que las pocas edificaciones que quedaban en pie estaban maltrechas e infinitamente inseguras. Cientos y cientos de personas se congregaban el los espacios abiertos por el temor a las réplicas que aún continuaban y tratando igualmente de separase del hedor de los cuerpos en descomposición, deseo este último prácticamente imposible.
Llegamos extenuados después de un viaje tan accidentado y de inmediato improvisamos un área de cuidados médicos. No puedo recordar a cuantas personas asistimos, tanto niños como ancianos. Las heridas abiertas, la infección esperada luego de tres días de no haber recibido atención. El hambre, la desesperación de la gente por no poder rescatar los cuerpos de sus muertos, la escasez de agua y la vida que se paralizó totalmente en un país que de por sí ya estaba parcialmente paralizado, era el panorama reinante. No existía labores de rescate y las tropas norteamericanas concentraban sus efectivos en la custodia del aeropuerto (el cual decidieron manejar a su antojo) y en su propia embajada. Muchos de los cooperantes internacionales decidieron retirarse por la falta de garantías para su seguridad.
Brindamos todo nuestro esfuerzo, en la medida en que pudimos, pero dejamos atrás un país desolado y con muy pocas posibilidades de recuperación. A cambio nos llevamos miles de sonrisas y un insistente Merci, Merci, Merci.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Todos tenemos un poquito

Desde la bolsa plástica que sube y baja en el espacio cerrado de la cámara fija o el sudor en la camiseta de Burnham. Cada minuto de American Beauty es memorable. No la norteamericana, todas y cada una de las sociedades modernas están reflejadas en el entuerto de personajes melancólicos, brutales, angustiados, intolerantes, reprimidos o infelices.
Hace cinco años que la banda sonora de American Beauty (como muchas otras) me acompaña en cualquier artefacto reproductor que me rodea. Recuerdo la vez que me llevó hasta los Cerros de Gurabo y mi afán porque los otros también distinguieran cada escena de la película a través de los sonidos. No me daba cuenta de que aunque en el Caribe, era yo también un personaje secundario de la Belleza Americana

martes, 20 de octubre de 2009

Veteranos


Mary you´re covered in roses, you´re covered in ruin
You´re coverd in secret,
You´re coverd in treetops, you´re covered in birds
Who can sing million songs without any words…


María no podía entender aquellas palabras, no sabía inglés y ya había perdido el deseo de leer en español. La música de aquel documental le recordaba el único sentimiento que la acompañaba desde los últimos 27 años: tristeza.
María no comprendía porque ellos protestaban, no lograba entender que cualquier guerra es absurda y no solo la suya. Sintió rabia al ver a un joven veterano mutilado quejarse de olvido. Ella no podía entenderlo.
Viven en los slogan del patrioterismo extranjero, viven en los sticker que ponen en el vidrio del automóvil, viven en este documental que se niega a que sigan existiendo veteranos.
Eso es lo que no les puede perdonar María, sentada al borde de su desvencijada cama, de la sala de psiquiatría del Calixto García. La última vez que vio a su hijo mayor fue cuando lo llevaron al Servicio Militar Obligatorio. La noticia posterior a su partida fue la de su muerte en una guerra lejana. Angola retumba en los oídos de María, no quiere saber donde está ubicada, no le interesa ese pedazo de tierra que vio morir a su hijo.
Con el segundo, el más pequeño, el último, no se atrevió a correr el mismo riesgo y lo conmino al escape, a la salvación. Pero esta vez fue el mar inclemente quién no le permito recibir la buena noticia.
María no entiende de qué se quejan. Sus hijos son secretos de un Estado, muertos sin nombre, ella es la veterana de una larguísima guerra que no termina ni siquiera con el fuerte corrientazo del electroshock.

sábado, 3 de octubre de 2009

Cintio Vitier

Ana Rosario apenas lo recuerda físicamente, solo menciona a los abuelitos de Paseo. Me enteré de la muerte de Cintio por una página web que visito con regularidad, como no lo había visto en la prensa oficial, mi primera reacción fue confirmarlo telefónicamente.
Muchas tardes pasamos en la salita del primer piso de su apartamento del Potín. Cintio Vitier y Fina García Marruz nos regalaban horas llenas de café y divertidísimas conversaciones, muchas llenitas de recuerdos.
Cintio era además del poeta que todos conocemos un típico hombre caribeño. Machísimo, encantador no perdía un momento para halagar la belleza femenina aunque fuera la mujer más fea del mundo. O por igual y sin quererlo (me imagino) hacer notar que el hombre era él.
Algunas tardes también pasaban por nuestra salita de la calle 11, en ese caso el café iba por nosotros, o simplemente el vaso de agua fría. O cuando pasaban a recoger el pan que gustosamente les hacía nuestro amigo Sergio el panadero, con ración extra de aceite. Y los viajes a Matanzas donde esperaban Gisela y Zaldivar con sus libros artesanales que Cintio guardaba como tesoro en sus anaqueles repletos de volúmenes.
Noches enteras estuvimos transcribiendo en la pequeña Olivetti la copia final del libro que ellos premiaron, en una mano el manuscrito, en la otra la bebé amamantando. Ana Rosario casi no lo recuerda pero tanto él como Fina estuvieron muy pendientes de su nacimiento y luego de convertirla en devota de José Martí.
Me cuesta mucho referirme a Cintio, me apena reconocerlo, es que siempre dije Cintio y Fina. Eran tan indisolubles que a muchos nos sorprendía la risa cuando decíamos Fino y Cintia, para ellos era un honor.
Ana Rosario apenas le recuerda pero acaba de morir Cintio, el enorme poeta, el martiano incorregible.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Hombres con pantalones bien puestos

Juanes y Miguel Bosé, ambos me dejaron con la boca abierta. No por el concierto, no, sino por su coraje. En primer término sabían perfectamente a donde iban y lo mantuvieron todo, tanto las alegrías como los enfados muy en un segundo plano. Que no se transparentara lo que iba ocurriendo en la Isla en medio del mar, su objetivo estaba muy bien definido.
Según palabras de Juanes: Estamos diciendo cosas importantes sobre la gente joven de Cuba y subraya la gente joven de Cuba carajo por el futuro de Cuba eso estamos haciendo aquí y hemos encontrado una barrera muy fuerte, no lo vamos a permitir, punto se acabó…no, no y no, no me voy para esa habitación aquí nos vamos a quedar todos. Cuando quieran hablar aquí estamos.
Creo que además de haber llevado un rato de guaracha sin pensamiento gastronómico, este momento si abrió algunas compuertas que hasta ese minuto estaban clausuradas para los ojos turísticos de ambos cantantes.
Esa persecución, ese delirio de vivir en la cabeza del otro, ese acoso ilimitado y el llevarte a el lugar donde nadie pueda ver y así actuar sin testigos, es lo que vivimos todos los cubanos día a día, allá o aquí, siendo el aquí cualquier punto de la geografía mundial.
Gracias a ambos, vuelvo y repito no necesariamente por el concierto sino por el coraje del intento y de la consumación.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Intolerancia y locura

Hace ya 15 años aproximadamente tuve el honor de participar en los inicios del proyecto cubano de obtención de órganos para trasplante. Filosófica y éticamente no era una tarea fácil, había que leer mucho para entender que era la muerte biológica y luego la muerte cerebral. Hoy prácticamente en el mundo entero esto se da por entendido. En aquel momento no era así.
Tuve la buena o mala suerte de que en mí como profesional se fundieran dos especialidades: Cirugía y Cuidados Intensivos, lo que hizo que me viera forzada tanto a trabajar en la mantención del donante como en la extracción de los órganos. Aclaro que nunca compartí al mismo tiempo los dos roles. Pero puedo decir que tuve unas experiencias inolvidables.
Cierta noche del 1995 un accidente absurdo costo la vida a un joven cubano, el trauma craneal que sufrió al ser lanzado de un vehículo en marcha le provoco la muerte encefálica. El joven tenía todos los requisitos para ser un donante adecuado, incluso en su carnet de identidad tenía el sellito de donante voluntario. Este sello no tenía fuerza legal real por lo que a los familiares siempre se les pedía la autorización para la extracción-donación de órganos. En este caso en particular recuerdo que el padre se negó al proceso alegando que nunca un “desgraciado comunista” llevaría los órganos de su hijo. Cierto es que la aceptación de una petición de este tipo en medio del duelo por la perdida es difícil de aceptar.
Pero este recuerdo me vino a la mente cuando leí en Facebook un comentario de una joven llamada Grace. Ella hacía referencia a una vieja noticia, ocurrida en 2005 cuando la incursión israelí en Jenin. Ahmed niño palestino de doce años, hijo de Ismail Khatib murió a consecuencia de los disparos que por error le propinaron los soldados israelíes.
El sábado mismo en que ocurrió la muerte, en el minuto preciso del desenlace final, Ismail y su esposa decidieron donar los órganos de su hijo musulmán a dos niños judíos y otro drusaí.
No es asunto de perder el camino ni renunciar a los principios que creemos como válidos, pero cuando la intolerancia llega a convertirse en locura ni los niños se pueden salvar.