jueves, 23 de julio de 2009

Aquí está Facebook

Esta maravillosa herramienta social tiene varias utilidades. Encuentras amigos, permaneces con ellos, los puedes ver en sus álbunes de foto y de paso te enteras de cómo andan sus vidas familiares…las fotografías de sus hijos. Y te ríes porque recuerdas a tus amigos jóvenes y al ver a sus hijos haces un viaje de regresión al pasado.
Sirve también para saber “lo que piensan” tus amigos facebooceros, lo escriben ellos mismos, no tienes la necesidad de preguntárselos y ves la respuesta de la comunidad a la que por voluntad te inscribiste. Te haces amigo de desconocidos y vas creando una sociedad ideal, donde siempre se pasa bien.
También es una herramienta política muy efectiva, para políticos reales, para bloggeros políticos y para todo el que quiera apoyar o convocar. Y evidentemente ha dado resultado.
Ahora lo que más me ha sorprendido de Facebook es que también se convirtió en un psicólogo personal, que trabaja particularmente el área de la autoestima. Entre sus galletitas de la suerte y sus innumerables encuestas puedes llegar a ser la persona que realmente deseas o sueñas ser. Te proporciona la trampa adecuada para que lo logres. Por ejemplo, yo hice una de esas encuestas muy pero muy elementales. Trataba sobre la inteligencia y por desgracia caí en el rango de si no era fronteriza casi me podían llamar oligofrénica. Demás está decir cuanto miedo sentí al imaginar que estos ciento y pico de amigos se enteraran de mi “real” inteligencia. No, no lo podía permitir y entonces me puse a registrar y me di cuenta de que si le daba a saltar en vez de a publicar, esta catástrofe no saldría a la luz pública. Uffff, cuanto alivio, pero mejor aún puedo dar y dar hasta encontrar la respuesta que me gustaría que conocieran de mí, incluso con las galletitas, que de azar tienen solo la velocidad de escogencia entre las posibilidad que uno mismo quiera.
Por eso, esta última facilidad que nos regala Facebook creo que finalmente puede ayudar a no dilapidar nuestra precaria economía en psicólogos, ni siquiera en amigos presenciales o telefónicos. Si estás deprimido háblale a Facebook, el está aquí siempre para complacerte.

miércoles, 22 de julio de 2009

El llanto de un hombre

Será nuestra precaria educación sentimental o la conducta adquirida en cuanto al manejo de las emociones, pero siempre entendí que los hombres no lloran. Tanto condicionamiento me hace pensar que cuando son ellos los que lo hacen, lo hacen de verdad, porque sufren o porque temen.
A las mujeres se nos da llorar mucho más fácilmente. Yo he llorado viendo a mi hija dormir y también he llorado cuando al final del camino llego muy cansada. Tal vez por eso no nos crean, como si las lágrimas femeninas no fueran tan genuinas.
Pero en estos días vi la foto de Ryan Oneal (el eterno Oliver Barret) cuando ya no había nada que hacer. Su ángel había remontado vuelo para siempre. Y será mi precaria educación sentimental, pero estoy segura de que el llanto de ese hombre era tan duro y sincero como cualquier llanto mío.

lunes, 20 de julio de 2009

Adiós Frank MacCourt


La leí recién salidita del horno, algo que no era tan fácil en La Habana de aquellos tiempos. En familia la disfrutamos, y también la película que vimos años después ya lejos de La Habana.
Recuerdo que alguien decía que Candilejas, la película de Chaplin hacía llorar y reír sin pausa entre ambos actos. Eso fue lo que me sucedió con la historia de la vida de Frank MacCourt. Recuerdo el frío que él sentía en “Roma”, el único pedacito de la casucha de Limerick que no se mojaba o la muerte de Eugene. MacCourt fue un inmigrante atípico al dejar New York y más tarde volver a ella. Seguro nunca se propuso llegar a un Pulitzer ni a que su primera obra llegara tan pronto al celuloide.
He recomendado tanta veces esta novela como tiempo atrás lo hice con El gran Meaulnes. Este maestro de literatura y Bob Gedolf pusieron Irlanda en mi mapa imaginario a recorrer.
Seguro que a estas horas ya está con Ángela y contándole como la hizo famosa después de haber pasado tantas tristezas.

viernes, 17 de julio de 2009

A propósito de “La generación extraviada” de Ángel Santiesteban


Repasando como cada mañana la prensa digital, leí el post de Ángelito publicado en Encuentro. Casi de manera bucólica describe como su generación (de escritores), sus amigos más cercanos se fueron dispersando por el mundo, incluso como algunos tuvieron que renunciar a su pasión primera: La literatura.
Pero no es solo la generación Santiesteban la diezmada en el suelo patrio. Son cuatro generaciones de cubanos que nos hemos ido desintegrando, poco a poco y hacia los lugares a los que hemos podido llegar. No siempre el que hubiésemos querido.
A mi generación profesional, la de médicos le sucedió exactamente lo mismo. Nos dispersamos, hacemos cosas muy diferentes para la que nos preparamos.
República Dominicana, lugar donde resido es también un productor natural de emigrantes, pero cada fin de año el Aeropuerto Internacional de las Américas contrata músicos y bailarines para que reciban a los emigrados que retornan por breves días a enchumbarse de su lugar natural.
A nosotros no nos sucede lo mismo, a muchos incluso se nos niega el retorno. Entonces recurrimos al único espacio común que nos queda: Facebook, ese es nuestro aeropuerto, nuestro bar, nuestro parque, las avenidas que ya no podemos recorrer.
En la fotografía que ilustra este post se me ocurrió hacer un ejercicio de ausencias, ni siquiera bucólico, como cirujana, lo hice a punta de bisturí. Éramos nueve adultos, sólo uno no era cubano, de este modo lo podemos despejar. Quedan ocho, tres de ellos emigraron a Miami: Ernesto cirujano oncólogo con su esposa economista y Abilio el intensivista. Me van quedando cinco: Liliana la internista vive en Uruguay, Alfredo el cirujano se asentó en Las Baleares. Nos redujimos a tres y aunque debía contarme de última, caigo también en el despeje imaginario…vivo en Santo Domingo.
Finalmente se mantienen allí (creo yo) dos de los ocho fotografiados aquel día. Lily y Marcelino ambos cirujanos. Si no es record, por lo menos es un buen average para la desintegración generacional. Por suerte conservo la fotografía.

jueves, 9 de julio de 2009

Con estos ojos


Lo vi, no me lo contó nadie. Iba camino al trabajo. Del otro lado de la carretera me pareció verlo pero no le dí crédito. Espere impacientemente la hora de salida. Bajo un torrencial aguacero puse el freno de manos, encendí las luces de emergencia y bajo un torrencial aguacero bajé del carro. Tenía que fotografiarlo, nadie me creería si no tenía las pruebas testimoniales. Esto que ven aquí lo vi yo, con estos ojos que tengo aquí en la puntica de la nariz. Como diría mi abuela ¡Ave María Purísima! ¡ Solavaya!

Prefieren no decirlo

Se conocen hace tantos años que se pusieron viejos juntos. No logran separase aunque para nada están juntos. Jamás se han dicho una frase cariñosa, cuanto menos que se parezca a un reclamo de amor.
Cuando se abrazan lo hacen con tanta intensidad que pareciera que están en medio del mar aferrándose al trozo de madera que les salvará la vida. Ninguno de los dos ha besado así jamás, pero prefieren mantenerlo en secreto.
Son referentes y espanto, son iguales y contrarios, pero no lo hablan. Se sienten mejor cuando están de espaldas, así no se dan cuenta de su realidad, prefieren no decirlo, me lo contaron a mí y por separado.

miércoles, 8 de julio de 2009

Cuanto me divertí con el recuerdo

Trasteando las teclas para encontrar la imagen adecuada del post que antecede a este, me enredé con los recuerdos. Una tras otras comencé a oír las canciones de los Bee Gees.
Las que me hacían sudar de tanto brincar, las que cantaba casi gritando gracias a Rojas (Rojitas) mi compañero de secundaria que como recién llegado de Londres, se las sabía todas.
Las otras, las que servían para bailar bien apretaditos cuando con permiso de los papás, dueños de la casa dejaban encendido solamente un bombillo pintado de rojo. How deep is your love, Too much heaven, In the morning, Staying alive, Grease, Fever night, More than woman…Mi hija ya protesta, demasiada música vieja, pero se ríe porque me ve reír a mí, llena de recuerdos felices.

Reanimación cardiopulmonar

Hace un par de días encontré en la web una nota que hacía referencia a un método muy práctico para dar reanimación cardiopulmonar. No fue un invento de unos locos, el ensayo salió de la Asociación Americana del Corazón.
Para que una reanimación cardiopulmonar (RCP) sea efectiva el bombeo debe constar de alrededor de cien compresiones por minuto. Todos los que alguna vez hemos estado involucrados en estos menesteres sabemos que este ejercicio cansa y que por consiguiente la cantidad de compresiones puede disminuir lo que podría resultar en una RCP fallida.
El estudio se hizo en la Universidad de Illinois donde se comprobó que los reanimadores que oían la canción en sus Ipods fueron más efectivos (el ensayo se hizo con maniquíes por si alguien se ofende en su sensibilidad más profunda). Posteriormente la segunda y última parte del ejercicio fue sin la intervención del aparatito digital, solo con recordar la canción bastaba.
El hecho es simple mantener el ritmo es lo más importante para mantener la vida en un corazón que desfallece y eso estoy segura, que los Bee Gees ni se lo imaginaron. Según decían los hermanos Gibbs: La vida no va a ningún sitio, pero alguien me ayuda. Yo me mantengo vivo….ah, ah , ah, ah staying alive

Mensajes alternativos

Siempre encontramos artilugios para comunicar un sentimiento, dejando rastro en lo que no son nuestras propias palabras. Por suerte alguien se expresó antes que nosotros mismos. Definitivamente la herramienta más socorrida para este fin es la música, más exactamente la canción.
Recuerdo que siendo muy joven, Orlando Pita, mi querido amigo, necesitaba deshacerse de un amor que se le había echo viejo entre las manos y por vergüenza no sabía como ponerle fin. Se nos ocurrió una estrategia simplísima pero efectiva. Colocar una canción en el momento justo para que la novia se sintiera aludida y fuera ella quién pusiera fin a la relación. Era una gangosa canción de Julio Iglesias, no recuerdo que decía pero encerraba melódicamente lo que Pita no quería pronunciar. El resultado fue el esperado.
Muchas veces me descubro en mi carro asintiendo con la cabeza cuando parte de una lírica se ajusta a lo que yo quisiera decir, la mayoría de las veces son temas tristes y me remonto en ellos una y otra vez, como si el cantante me ayudara a entenderme a mí misma.
Estoy convencida que no soy la única persona que sufre de este tipo de apropiación. Es que resulta cómoda y aparentemente inofensiva. Además colocados a la intemperie pueden servir para explicar más de una situación. Las canciones fueron escritas para todos y eso nos sirve de buena excusa. De este modo, para ti, para ella, para él y para mí nos sirven como mensajes alternativos.