
Sirve también para saber “lo que piensan” tus amigos facebooceros, lo escriben ellos mismos, no tienes la necesidad de preguntárselos y ves la respuesta de la comunidad a la que por voluntad te inscribiste. Te haces amigo de desconocidos y vas creando una sociedad ideal, donde siempre se pasa bien.
También es una herramienta política muy efectiva, para políticos reales, para bloggeros políticos y para todo el que quiera apoyar o convocar. Y evidentemente ha dado resultado.
Ahora lo que más me ha sorprendido de Facebook es que también se convirtió en un psicólogo personal, que trabaja particularmente el área de la autoestima. Entre sus galletitas de la suerte y sus innumerables encuestas puedes llegar a ser la persona que realmente deseas o sueñas ser. Te proporciona la trampa adecuada para que lo logres. Por ejemplo, yo hice una de esas encuestas muy pero muy elementales. Trataba sobre la inteligencia y por desgracia caí en el rango de si no era fronteriza casi me podían llamar oligofrénica. Demás está decir cuanto miedo sentí al imaginar que estos ciento y pico de amigos se enteraran de mi “real” inteligencia. No, no lo podía permitir y entonces me puse a registrar y me di cuenta de que si le daba a saltar en vez de a publicar, esta catástrofe no saldría a la luz pública. Uffff, cuanto alivio, pero mejor aún puedo dar y dar hasta encontrar la respuesta que me gustaría que conocieran de mí, incluso con las galletitas, que de azar tienen solo la velocidad de escogencia entre las posibilidad que uno mismo quiera.
Por eso, esta última facilidad que nos regala Facebook creo que finalmente puede ayudar a no dilapidar nuestra precaria economía en psicólogos, ni siquiera en amigos presenciales o telefónicos. Si estás deprimido háblale a Facebook, el está aquí siempre para complacerte.