sábado, 24 de mayo de 2008

La fábula y la modernidad


En un país muy lejano un Rey le pidió a su cocinero que le hiciera el mejor manjar del mundo. Rápidamente el cocinero preparó una receta de lengua. El Rey le preguntó el por qué consideraba a la lengua como algo tan exquisito.
–La lengua, señor, es el principal vehículo para hacer que una persona se sienta feliz. Un halago, una frase de apoyo, una expresión de cariño pueden cambiar al mundo –dijo el cocinero.
–Entonces prepárame el más deplorable de los platos –exigió el soberano.
La sorpresa del Rey fue infinita al comprobar que otra vez en su mesa habían servido lo mismo.
–Mi señor es que la lengua igualmente puede proferir los peores insultos, las más tristes ofensas, las palabras más soeces.
Después de mucho tiempo, incluso de reyes y cocineros, llegaron los celulares. Esa es a mi juicio la lengua moderna. Excelente para la comunicación instantánea: Conoces el paradero de tus hijos en la madrugada (siempre que no lo apaguen). Te avisa en medio de una reunión de un cambio de estrategia. Recibes una buena noticia donde quiera que estés…
Son miles sus bondades, pero igualmente tiene los peores defectos del mundo. Te hace recordar que eres tú aunque te encuentres en el fin del mundo, sirve para que te espíen tus más ocultos sentimientos y tu jefe entiende que es obligatorio responderle aunque pases por un trance existencial.
Personas inescrupulosas ceban sus placeres y frustraciones en tus SMS, incluso llegas ha hacer llamadas de las que te arrepientes al segundo de marcarlas. Nada, que como decían uno de los principios del materialismo dialéctico, todo vuelve a un punto en común. La espiral por suerte seguirá elevándose y nos encontraremos en otro contacto filosófico.

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