martes, 20 de mayo de 2008

¡Qué regalo!

Tengo una hija que apenas en 8 días va a cumplir 15 años. Edad difícil, todos podemos dar fe del hecho. La comunicación con ella es cada vez más intensa. Ya no hablamos sólo de los cuentos de la oscuridad a los que le acostumbró su papi, mientras yo trabajaba de noche en un hospital habanero. Sus prioridades también cambiaron, no espera las sorpresas que viene dentro del huevito de chocolate; ya emplea horas en escribir sus angustias, mucho mejor narradas que sus momentos felices. No oye la música que quisimos, oye la que ella escogió (por suerte dentro de su enorme diapasón tiene excelente gusto). Quiere ser médico, pero al parecer es más el amor que siente por Dr. House, lo que la impulsa a esa banda tan compleja en la vida profesional. Dicen sus maestros que tiene muy buen tino para las ciencias políticas y una gran sensibilidad para el arte. Una vez más hijo de gato…se muere por cazar al menos un ratón. Como los de su generación les cuesta mucho trabajo leer en papel, no les gusta el olor de los libros. Prefiere la fría pantalla de su computador que nunca, nunca está apagada.
No obstante hace apenas dos días nos hizo un regalo a su papi y a mí, como si fuéramos nosotros los que cumpliéramos 15 años. Descubrió que al leer un libro es capaz de componer en su mente los paisajes, las caras y hasta los sonidos. Se siente feliz. Yo más que ella, al fin, aunque solo con la excusa de la interpretación de la imagen mi hija comenzó a leer en serio.

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