viernes, 17 de abril de 2009

Y me encontré a mi abuela donde menos lo esperaba

No es redundancia, soy atea y criada por mi abuela materna Fermina Pérez. Ella por el contrario si creía y en muchas cosas. Su cuarto estaba lleno de estampas enmarcadas de santos. Muchos relacionados con el poder de curar: San Cosme y San Damián, José de la Luz y Caballero y San Luis Beltrán entre otros. No cabe duda, mi abuela era espiritista y alguna que otra vez me llevó a sus cultos, que además eran ocultos y se realizaban en una casona del Vedado.
Fermina como muchísimas abuelas cubanas ponía bajo la almohada de sus nietos la oración a San Luis Beltrán. El nos protegería del mal de ojo y con eso (más las vacunas que nos ponían en el policlínico) estaríamos a salvo por un buen tiempo.
Yo como muchos niños, jugando, mordí, rasgué y estropee la bendita oración. Mi abuela la recompuso pero esta vez prefirió guardarla en su chiforrober. Así nos protegería a todos por igual. Pero cada noche me la leía acompañada de unos pellizquitos sanadores en la espalda. Recuerdo en la memoria la exacta imagen de aquel trozo de papel. Desgraciadamente solo encontré una parte de su decoración inicial. Pero hace unos días caminando por Valencia, curioseando cada rincón me dí de golpe con una vieja edificación. Ciertamente no muy arreglada y bastante escondida. En ella reza una inscripción que hizo que Fermina acudiera a mi lado en ese instante y me masajeara la espalda y me diera el beso de buenas noches en pleno mediodía.

Casa Natalicia de San Luis Bertran

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